LA BARONESA LIBRERIA
Dos mujeres –una filósofa y una directora de cine– son convocadas a comienzos de 2020 a participar de un evento cultural con resultado incierto. Durante diez días tienen que intercambiar mails sobre el tema de la memoria y luego transformar esas misivas en una suerte de performance. Hay que decir que ellas, Esther Díaz y Albertina Carri, no se conocían de antemano ni se frecuentaban. Estaban al tanto del trabajo de la otra, pero nunca habían dialogado. Lo que a priori parecía sencillo se fue complejizando, porque la pandemia irrumpió y con ella se enrarecieron todas las interacciones. El horizonte de una performance de a poco se fue apagando, pero el diálogo siguió fluyendo como un manantial secreto en medio de una helada. Lo que empezó como un encargo se convirtió muy pronto en descubrimiento y aventura. ¿Puede una desconocida ser depositaria de confianza y apego cuando el mundo se nos vuelve ajeno? ¿Hasta dónde pueden llegar las confesiones transgeneracionales entre dos mujeres fuertes pero también vulnerables?
De este primer intercambio a distancia comenzó a brotar la forma de un libro. La parte inicial estaría compuesta por el impulso vivo de ese diálogo germinal, los intentos de cada una por llegar al corazón de la otra, la apertura compulsiva de tópicos para pensar juntas y sobre todo el comienzo de un lazo afectivo que transforma sus soledades. La segunda parte sería escrita un año después, a una distancia mayor, con Albertina viviendo en Berlín y Esther en Buenos Aires. El tema propuesto sería ahora la pérdida, entendida como duelo, como transformación, e incluso como posible traición. Una vez más surgen preguntas compartidas sobre la memoria colectiva y familiar, la intimidad y sus fragilidades y la relación con amantes e hijos. También vuelven a cruzarse lecturas: Chris Kraus, Pasolini, Buñuel, Carlos Correas, Aby Warburg, Proust, Agnès Varda o Rosa Luxemburgo se materializan en la conversación. Poseídas, arrebatadas, las autoras de este libro se encuentran y se pierden juntas, gracias al influjo intoxicante de las palabras.
Dos mujeres –una filósofa y una directora de cine– son convocadas a comienzos de 2020 a participar de un evento cultural con resultado incierto. Durante diez días tienen que intercambiar mails sobre el tema de la memoria y luego transformar esas misivas en una suerte de performance. Hay que decir que ellas, Esther Díaz y Albertina Carri, no se conocían de antemano ni se frecuentaban. Estaban al tanto del trabajo de la otra, pero nunca habían dialogado. Lo que a priori parecía sencillo se fue complejizando, porque la pandemia irrumpió y con ella se enrarecieron todas las interacciones. El horizonte de una performance de a poco se fue apagando, pero el diálogo siguió fluyendo como un manantial secreto en medio de una helada. Lo que empezó como un encargo se convirtió muy pronto en descubrimiento y aventura. ¿Puede una desconocida ser depositaria de confianza y apego cuando el mundo se nos vuelve ajeno? ¿Hasta dónde pueden llegar las confesiones transgeneracionales entre dos mujeres fuertes pero también vulnerables?
De este primer intercambio a distancia comenzó a brotar la forma de un libro. La parte inicial estaría compuesta por el impulso vivo de ese diálogo germinal, los intentos de cada una por llegar al corazón de la otra, la apertura compulsiva de tópicos para pensar juntas y sobre todo el comienzo de un lazo afectivo que transforma sus soledades. La segunda parte sería escrita un año después, a una distancia mayor, con Albertina viviendo en Berlín y Esther en Buenos Aires. El tema propuesto sería ahora la pérdida, entendida como duelo, como transformación, e incluso como posible traición. Una vez más surgen preguntas compartidas sobre la memoria colectiva y familiar, la intimidad y sus fragilidades y la relación con amantes e hijos. También vuelven a cruzarse lecturas: Chris Kraus, Pasolini, Buñuel, Carlos Correas, Aby Warburg, Proust, Agnès Varda o Rosa Luxemburgo se materializan en la conversación. Poseídas, arrebatadas, las autoras de este libro se encuentran y se pierden juntas, gracias al influjo intoxicante de las palabras.