LA BARONESA LIBRERIA
Laurita, el personaje que narra y protagoniza Tilde, tilde, cruz, es eminentemente inmadura. Tiene casi treinta años, y por momentos aparenta once. Vive en Epecuén, un pueblo al oeste de la provincia de Buenos Aires que, en el mundo real pero no en la ficción, está actualmente en ruinas. Laurita quedó ahí al cuidado de su padre, viudo prácticamente desde el momento en que ella nació, después de que sus hermanos mayores partieran sucesivamente para la ciudad. En el medio, construye dos obsesiones: el coleccionismo y la mentira, que se vuelven, a lo largo del relato, dos formas de la narración. Y lo hace desde un lugar particular: su propia voz. Una primera persona que está desquiciada porque está salida de eje, porque está descentrada, porque está atravesada por esta inmadurez que la constituye desde la contradicción. Porque, en síntesis, como pasa con los mejores narradores, muestra y a la vez distorsiona el mundo representado por su propia lente. ¿Qué pasa con una mujer que acelera al pulso frenético de un auto viejo y todavía resiste en el capricho, en el nesquick y los dibujos animados? En esta pregunta hace pie la novela de Fernando Chulak, y no se queda ahí.
Laurita, el personaje que narra y protagoniza Tilde, tilde, cruz, es eminentemente inmadura. Tiene casi treinta años, y por momentos aparenta once. Vive en Epecuén, un pueblo al oeste de la provincia de Buenos Aires que, en el mundo real pero no en la ficción, está actualmente en ruinas. Laurita quedó ahí al cuidado de su padre, viudo prácticamente desde el momento en que ella nació, después de que sus hermanos mayores partieran sucesivamente para la ciudad. En el medio, construye dos obsesiones: el coleccionismo y la mentira, que se vuelven, a lo largo del relato, dos formas de la narración. Y lo hace desde un lugar particular: su propia voz. Una primera persona que está desquiciada porque está salida de eje, porque está descentrada, porque está atravesada por esta inmadurez que la constituye desde la contradicción. Porque, en síntesis, como pasa con los mejores narradores, muestra y a la vez distorsiona el mundo representado por su propia lente. ¿Qué pasa con una mujer que acelera al pulso frenético de un auto viejo y todavía resiste en el capricho, en el nesquick y los dibujos animados? En esta pregunta hace pie la novela de Fernando Chulak, y no se queda ahí.