LA BARONESA LIBRERIA
La escritora y traductora canadiense Lori Saint-Martin devela en los textos breves que componen "Matemáticas íntimas", su primer libro publicado en la Argentina, la intimidad de un universo habitado por parejas, amantes y familias, retratando la cotidianidad de sus deseos, ilusiones y desencantos.
Mi amante no conoce mi lengua, pero yo conozco la suya. La mía es antigua, ceremoniosa, la lengua suave, triste y amable de la diplomacia y del amor. La lengua de él resuena, golpea, el poder y la ciencia, las tropas en el desierto, el puño cerrado. Su lengua es internacional; la mía, ya no. Yo aprendí; él, no. Necesariamente. Mi amante es profesor, especialista en mi país. Quiere enseñarme de memoria, lección tierna. Yo sólo quiero el placer que nos damos, quemadura, fiesta, lujo, un puñado de cerezas perfectas en lo más amargo del invierno.
Presenté una conferencia en mi lengua, en su ciudad. Me escuchó sin comprender. Apenas ritmos, una mirada. Cuando uno no entiende nada –dice–, lo que queda es la voz. Mi amante no conoce mi lengua, pero yo conozco la suya. Trató, por mí –dice–, de aprenderla.
Esfuerzo inútil: masacra cada sílaba, incluso las de mi nombre. Ha cambiado mi nombre, lo ha absorbido a su lengua. Me ha absorbido, cambiado.
La escritora y traductora canadiense Lori Saint-Martin devela en los textos breves que componen "Matemáticas íntimas", su primer libro publicado en la Argentina, la intimidad de un universo habitado por parejas, amantes y familias, retratando la cotidianidad de sus deseos, ilusiones y desencantos.
Mi amante no conoce mi lengua, pero yo conozco la suya. La mía es antigua, ceremoniosa, la lengua suave, triste y amable de la diplomacia y del amor. La lengua de él resuena, golpea, el poder y la ciencia, las tropas en el desierto, el puño cerrado. Su lengua es internacional; la mía, ya no. Yo aprendí; él, no. Necesariamente. Mi amante es profesor, especialista en mi país. Quiere enseñarme de memoria, lección tierna. Yo sólo quiero el placer que nos damos, quemadura, fiesta, lujo, un puñado de cerezas perfectas en lo más amargo del invierno.
Presenté una conferencia en mi lengua, en su ciudad. Me escuchó sin comprender. Apenas ritmos, una mirada. Cuando uno no entiende nada –dice–, lo que queda es la voz. Mi amante no conoce mi lengua, pero yo conozco la suya. Trató, por mí –dice–, de aprenderla.
Esfuerzo inútil: masacra cada sílaba, incluso las de mi nombre. Ha cambiado mi nombre, lo ha absorbido a su lengua. Me ha absorbido, cambiado.